Viajando y volandO

KTM: Fuerza bruta

La firma austríaca KTM se distingue por ostentar entre sus filas las más divertidas máquinas del mercado. Estos juguetes para adultos se superan a sí mismos cada año y conducirlos se convierte en una experiencia que nada tiene que ver con las tradicionales tetracilíndricas. Postura de conducción, sonido y sensaciones hacen olvidar todo lo vivido hasta el momento e hipnotizan hasta hacerte desear una de ellas. ¿Podrás resistirte a la bestia?



Conducir esta imponente máquina está al alcance de cualquiera. Bueno, quizá no exactamente ésta, que es un modelo preparado que exhibe KTM España. Las visitas se agolpaban a su alrededor. Prepara el babero.

Para celebrar San Isidro, KTM me invitó a probar dos de sus bestias más salvajes junto a otros aficionados. Como buen cazurro, soy de los de burra grande ande o no ande aunque sólo en oportunidades como ésta en la que te permiten probar la crème de la crème de KTM. Mi elección fue 990 Superduke y 990 Supermoto.
Como gustan de promover en la marca, estas dos máquinas son auténticos juguetes para adultos, pero claro, tanto en cuanto divertidos como peligrosos. Son la cosa más bruta que he probado, lo más manejable, lo más potente, lo más divertido, lo más peligroso. Pero vamos a ir despacio viendo algunos detalles.
Probé las dos en negro, of course, pero poco importó ya que volvieron todas grises de la chupa espectacular de agua (con tierra) que nos cayó en el paseo.
La 990 Supermoto no goza de esos tubos de escape tan extremadamente inclinados de su hermana pequeña, la 690, que dan un toque agresivo a más no poder y muy extremo, de chica mala. Las 690 son seguramente tan divertidas como sus mayores, algo menos potentes pero seguro que también más manejables, y he ahí el principal problema que le vi a la Supermoto: ¡buff, qué incómoda! no le cojo el truco. Y es que claro, eso depende de dónde vengas, si lo tuyo es el supermotard o las naked gordas seguramente no te pasará, pero si vienes del supersport aquéllo es como subirte a un camello, alta, muy alta y muy sensible a cada orden (que sí, que los camellos lo son).

La protección aerodinámica es casi nula. Pasando de 100-110 km/h has de agarrarte al manillar con guantes de velcro y como si tu vida te fuera en ello (que va).



Altura del sillín: 875mm de nada.
Con mi metro ochenta de estatura no pensaba que la altura fuera a ser un problema (que no soy enorme, pero tampoco bajito), sin embargo llegaba algo forzado al suelo en este monstruo. No de puntillas, pero no apoyaba tampoco el pie completo, lo cual así de primeras, da bastante inseguridad.
Lo segundo es ese manillar tan alto, más que la Duke, y esas estriberas tan adelantadas que casi parece una custom.
Como breve paréntesis, decir que allí se personaba un tipo, comercial de la marca Scott, que nos permitió probar las nuevas chaquetas con que esta marca líder se presentaba en el mercado de las motos de carretera. Mi conclusión: una chaqueta ligera, bonita, suave, muy cómoda, totalmente impermeable con una clara excepción: ni se te ocurra dejar el móvil en el bolsillo exterior o te quedarás sin él, como yo. Lucen además unos diseños urbanos muy interesantes.
A mis dificultades con la ergonomía se sumaba la extrema sensibilidad del acelerador. En primera se me calaba o pegaba unos acelerones parte-cuellos involuntarios que me resultaban bastante incómodos y que fueron la primera impresión. La explicación está en que son ciento quince caballos (o ciento diez según fuentes) repartidos en un desarrollo muy corto, en un motor de 990cc, por lo que cada movimiento de muñeca se transmite de inmediato y supone acentuadas diferencias de relaciones.

Ese sonido ronco, bruto, CRUDO, bestial. Es como un tractor ágil, un tra-tra-tra que aumenta en volumen (...) con el giro de muñeca. Es un motor bicilíndrico susurrándote gritos al oído con voz de resaca y una pizca de cabreo. Las fieras calladitas pueden parecer niñas buenas.



KTM 690 DUKE, las jóvenes de la familia. Unas fieras calladitas que esconden una fuerza y una agilidad infitas y exigen cabeza y responsabilidad.

Posición, sensibilidad, altura, no voy muy cómodo. Aunque son ventajas para la conducción en ciudad, mi falta de costumbre en este tipo de montura me hace muy inseguro. En cambio al salir a carretera eso se torna en ventaja. Va segura, muy potente y cómoda, pero al ser una moto que viene del campo, la protección aerodinámica es casi nula. Pasando de cien o ciento diez has de agarrarte al manillar con guantes de velcro y como si tu vida te fuera en ello (que va). El viento empuja muy fuerte y la montura también pero en dirección contraria: en medio tú.
He dejado para el final lo que más llama la atención al principio: ese sonido ronco, bruto, CRUDO, animal, bestial. Es como un tractor ágil, un tra-tra-tra que aumenta en volumen y velocidad con el giro de muñeca. Es un motor bicilíndrico susurrándote gritos al oído con voz de resaca y una pizca de cabreo.
Las fieras calladitas pueden parecer niñas buenas.
En marcha esto es una genialidad. Dan ganas de apretar cada vez más y más fuerte para oírlo temblar bajo tu cuerpo. Es un sonido con carácter, que grita un “aquí estoy yo” a todos los vehículos de alrededor y que da collejas pescozonas entre las orejas de los conductores que adelantas y parece decirles “aparta que molestas”.
Lamentablemente, la vueltecita que nos tocó fue bajo una cada vez más intensa lluvia en una carretera de doble sentido con camiones y guardarraíles amputadores, con lo que obviamente fue bastante difícil disfrutar de la máquina en cuestión en su medio natural. No obstante, hubo una zona en la que nos escondimos de la nube y dejó entrever algunas de las virtudes de la austríaca anaranjada.
Al tener la postura de conducción en un lugar tan elevado hace que el punto de gravedad también lo sea, y a la hora de inclinar la sensación es extraña: hay que inclinar algo más, el suelo se acerca deprisa y parece que puedes caer, lo cual de primeras es una idea que no me atraía mucho, por lo que seguía sin estar a gusto. Motor tiene de sobra, sonido Dolby Surround y todo lo que tú quieras, pero en la conducción no me sentía nada cómodo. Después volvimos a coger la nube y vuelta.
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Con la prueba de tu KTM preferida tienes la posibilidad de conducir con una de las nuevas chaquetas para carretera de la emblemática marca SCOTT. Un representante de la misma estaba allí para solucionar cualquier duda al respecto.
SCOTT es una de esas marcas de toda la vida. Es la reina en gafas, ropa y otros accesorios para deportes de nieve. Sobre dos ruedas trabaja el sector del motocross y mountain bike, sobre todo en la disciplina de descenso, aquélla para la que se requiere mayor protección. Pero este año ha dado por fin el salto a la carretera.
En un sector en el que marcas como DAINESE o ALPINESTARS parece que tienen monopolizado el liderazgo, SCOTT aparece como la refrescante novedad de prendas de muy alta calidad a precios de lo más competitivo.
Distribución en España: 91 091 091.





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El sonido de la Super Duke era tan celestial como el de su prima. Ronquidos tractoriles que rogaban que los esparcieras por los kilómetros, cada vez un poco más (...)

Al final fui aguzando el oído y escuché cómo pedía jugueteos de tipo movimientos ágiles entre coches, pequeños derrapes, acelerones, etc. pero no le di el gusto porque ya digo que aún no me sentía seguro.
Ahora llega la que se convirtió en mi preferida: KTM 990 SUPERDUKE. Ahí es nada. ¡¡Buff!! En fin, onomatopeyas aparte, esta chica es harina de otro costal (pero del costal de al lado), y la diferencia para mí fue brutal.
La verdad es que a la hora de la prueba no conocía exactamente las diferencias técnicas entre las dos jóvenes (recién nacidas), y de hecho se me antojaron bien parecidas con cierta salvedad muy acentuada: la postura de conducción.



Las damas esperan a sus invitados refugiadas de la lluvia. Cuando las sacaron de su tranquilidad perdieron totalmente los papeles.

Nada más subirme a la Superduke pensé “¡Ah, ahora sí!”. Ésto es otra cosa, me noto mucho más cómodo con este manillar, algo más bajo, y sabía que las estriberas iban a estar mucho más retrasadas, cosa que confirmé de inmediato. Ésto hizo que nada más ponerme en marcha notara esta moto como si la hubiera conducido ¡toda la vida! Qué extremos, ¿no? con la Supermoto me notaba como pez fuera del agua, pero la Superduke, aparentemente tan parecida, me abría las puertas a su universo sobre un colchón de plumas.



Esa pancita tan pequeña para el hambre que tienes. Con un depósito, máximo 120 o 100 km si te dan la alegría que pides.

Manejable es poco, juguetea, acelera tan brusca o tan suave como le pidas, frena de lujo (aunque admito que no les di mucha cancha a este respecto, ya que con el firme mojado temía “estrenarlas” de la manera más bruta y además el freno motor cumple su función a la perfección). Un detalle que parece tonto pero que me llamó mucho la atención en su momento, es lo bien que se ve por esos retrovisores bajitos y alargados. Quizá no me lo esperaba, porque en la SM no me fijé, pero ahora vi la luz y la vi bien clara.

No tiene mucho desarrollo, con lo que subes, subes, miras y ¡pum! a ciento veinte en segunda.



Pasados por agua ¡y por barro! La conducción de máquinas tan potentes y bruscas por terrenos resbaladizos no es lo más recomendable del mundo. Aún así nos hicieron disfrutar de lo lindo.





El sonido de SD era tan celestial como el de su prima. Ronquidos tractoriles que rogaban que los esparcieras por los kilómetros, cada vez un poco más hasta el punto de que en varias ocasiones alcancé - sin quererlo - el corte de inyección sin notar la moto tan agobiada como esperaba que estuviese llegado ese momento. Y es que lo dicho, no tiene mucho desarrollo, con lo que subes, subes, miras y ¡pum! a ciento veinte en segunda. Más tarde, mi amiguete Javi y yo preguntamos a un encargado de KTM si esta jaca tenía cinco o seis velocidades. “Seis” respondió, “¡pues que sepa usted que le sobran tres!” hágaselo saber al responsable, que ésto es una barbaridad.

¿A qué da lugar ésto? a incongruencias, por supuesto. Los chicos de KTM pasaron un folleto de evaluación de la prueba:
- “¿Qué es lo que más te ha gustado?”
- “Es muy potente y muy divertida”.
- “¿Qué es lo que menos te ha gustado?”
- “Demasiado potente, es muy peligrosa”.
¡Juer! ¿A qué jugamos? si te dan lo que pides también protestas. El límite lo pones tú, y hay a quien la máquina le domina. ¿Solución? mantente alejado de estas máquinas infernales, brutas, gordas, tractoriles, juguetonas, crudas y preciosas... si puedes.


Texto y fotos:
Rodrigo Álvarez Juez

Una jornada con BMW

Un año más la firma germana invita a probar su gama de motocicletas a todo aquel que cumpla sus requisitos en el “BMW Test Ride 2008”. La prueba se llevó a cabo en el madrileño y emblemático circuito de El Jarama.
Tras dividirse en grupos de veinte, BMW preparaba a los pilotos con un pequeño curso de conducción en circuito antes de abordar la pista. Tras la prueba, un variado ágape, encuesta y diploma recordatorio esperaban a los afortunados.
Una excelente organización, un altísimo nivel de sus monitores y un clima inmejorable, hacían de este sábado una jornada extraordinaria y emocionante.



Fueron cientos los aficionados que se reunieron para probar las máquinas de sus sueños en circuito. Una gran oportunidad de BMW Motorrad España que no íbamos a dejar escapar.

La máquina elegida para la prueba fue la BMW K1200R y es que su cara con antifaz y la promesa de ser “la naked más potente del mundo” incitan a cualquiera.
Nada más verla ahí, tan grande y con esa presencia, lo primero que me causó fue impacto visual, pero vi que allí nadie se amilanaba ante las máquinas que les había tocado, así que me puse el casco, los guantes y me dispuse a montarla ante la atenta mirada de mi chica que se asomaba entre todos los acompañantes.
Estooooo, ¿cómo dices que va?
Mucho botón y mucha tecnología. Me subí, la enderecé y le quité la pata de cabra. Ahora pende y depende de mí, lo cual no me asustaba poco dado el precio de esta señora en el mercado, unos 15.000 €.



Tardé un rato en encontrar el botón de encendido del motor, no era como las que había probado hasta ahora, era un botón redondo, como de ésos que no tienen importancia. Pero sonaba bien, realmente bien. Aún sabiendo que no es bueno para la moto hacerla acelerar en vacío con el motor frío - pensé que realmente no estaría fría tras las pruebas de los pilotos anteriores - no podía evitar dar pequeños acelerones para oír su ronroneo. Sonaba señorial, al fin y al cabo es una BMW. Sonaba a Lord, a tío serio trajeado pero bien fuerte, con personalidad, como que aquí debajo hay algo con clase pero no afeminado, es algo que va a dar guerra, potencia con estilo, bien encauzada. Jodó.
Mientras esperábamos a que el resto de participantes y la organización tuviera todo bajo control, me puse a mirar el cuadro de mandos y todos los botones que había por ahí. Pos vale, no entiendo ni la mitad, pero la postura es cómoda.

Tardé un rato en encontrar el botón de encendido del motor (...) era un botón redondo, como de ésos que no tienen importancia. Pero sonaba bien, realmente bien.

Salimos, metemos primera y p´alante. Qué bien suena, creo que no me lo esperaba. Llevaba tiempo queriendo probar a esta señorita y era de lo poco en lo que no había pensado. La postura como digo es cómoda y mucho. Es un manillar de aspecto plano y bastante abierto que permite la maniobra fácil, pero no por ello pierde capacidades a mayor velocidad.
¿Y bien? que digo queeee, ¿salimos o qué?



Aunque su imponente aspecto puede amedrentar al más valiente, bastan unos pocos metros para darse cuenta de que es una máquina extraordinariamente manejable, intuitiva y noble.




Enseguida me hice con mi ejecutiva. Las curvas se encadenan perfectamente, permite hacer posturas racing aunque no está en verdad pensada para ello; pero te hace sentir tan cómodo y es de una conducción tan intuitiva que prácticamente desde las primeras curvas ya daban ganas de retorcerle la oreja y rascar rodilla.

Las curvas se encadenan perfectamente, permite hacer posturas racing aunque no está pensada para ello; pero te hace sentir tan cómodo y es de una conducción tan intuitiva que desde las primeras curvas ya daban ganas de retorcerle la oreja y rascar rodilla.

En cuanto a correr en circuito, mi primera experiencia, madre mía, aquéllo es enormemente ancho. Lo primero que pensé es que tiene que ser muy difícil salirse de la pista en ocho metros de anchura que tiene el asfalto, hay que hacer mucho el animal aunque realmente para eso está, y no la calle. En cualquier caso aquéllo no me daba ningún miedo porque si confundo la trazada y me salgo, ¿qué? pues nada, tierra, o sea que como mucho una caída humillante, pero es difícil hacerse daño (“parece”, ya digo). Supongo que realmente a toda velocidad y aprovechando el circuito al máximo será tan fácil salirse del trazado como hacerse daño en caídas, pero no era este el caso, la velocidad máxima que alcancé fue 120 Km/h. Antes de acudir al evento me dijo un amigo “No corras” de broma, claro, pero es que realmente no pude hacer más, supongo que me equivoqué de grupo.



El monitor, delante de mí, se volvía hacia atrás buscando a los retrasados y haciendo aspavientos con los brazos como diciendo “pero bueno, ¿qué hacéis? no es posible que estéis tan lejos yendo nosotros tan lento”. Pues sí, no me consideraba un piloto rápido, de hecho, me consideraba casi novato (humilde que es uno), pero viendo al resto definitivamente tanto kilómetro me ha hecho aprender a conducir. Eso y la gran ayuda de mis profesores, Raúl y Jimy, grandes amantes de los circuitos y rapidísimos pilotos.
En cuanto a la bemeta, otra cosa que me dejó patidifuso fue su protección aerodinámica. Pero bueno, es una moto naked que tiene una pequeña pantalla a modo de triple burbuja ¡y me da la sensación de protegerme tanto del viento como mi CBR 600 F con cúpula racing o de doble burbuja! Es cierto que la velocidad que alcancé con la alemana no es alta, pero está visto que los únicos carenados que realmente protegen del viento son los de modelos antiguos y los de esta marca, y no en todos los modelos. Me gustaría saber si en las F800S y ST realmente protegen o si es como en la Honda.



Un fotógráfo de BMW Motorrad España espera en la curva de meta para regalarnos algo más que un recuerdo de la jornada, unas instanteas, nada menos que cinco por participante de los cientos que allí se presentaron.


Por lo demás, los frenos me llamaron enormemente la atención, una moto tan potente presume de tener una frenada a la altura y bien cierto es. En lo que la noté algo limitada es en su faceta deportiva, en su capacidad de subir bien fuerte de revoluciones y de absorber la velocidad al bajar de marcha. Como sabemos no es éste su cometido, pero ésas son mis conclusiones. Quizá me daba algo de vergüenza apurar tanto de vueltas no sea que fuera a romper algo, y ya que la moto es prestada, está feo. Siempre he sido un invitado educado. Seguramente ha sido por no apurar a tope las vueltas o que la potencia se entrega de manera muy, muy progresiva, ya que realmente esperaba encontrarme un caballo desbocado de 163 c.v. y 1.157 c.c. y me pareció una potencia muy fácilmente controlable. Así que, o se perdió algún caballo por el camino, o no me di ni cuenta de la potencia por estar en un circuito.



Peculiaridades como su basculante trasero monobrazo, el faro de doble óptica o el característico protector aerodinámico de la horquilla son algunos de los detalles que hacen única a la K1200R.

Para terminar, cabe destacar de esta excelente experiencia que BMW ha hecho honor a su fama: muy buena organización, nada menos que el Circuito de El Jarama, ágape muy bien atendido y de buena calidad y un precioso recuerdo que sólo me invita a repetir. Por si todo ésto fuera poco, un par de semanas después recibo un correo electrónico invitándome a visitar su página en la que están colgadas cinco fotografías hechas por un fotógrafo que se encontraba en la última curva del circuito (lo sé porque lo vi). Éso es estilo y saber hacer. Éso es un buen trato y lo que marca la diferencia con la competencia.
Sólo me separan de esta magnífica máquina ejecutiva unos pocos miles de euros (apenas quince), pero estarían bien invertidos. Es realmente una gran moto.

Como anécdota decir que los puños calefactables hacen su cometido perfectamente, aunque a treinta grados a la sombra no son muy necesarios, pero comprobé que funcionan perfectamente (es lo que tiene tocar sin saber).


Texto y fotos:
Rodrigo Álvarez Juez

Paraísos del mototurista: De Santillana del Mar a Colombres.



El norte de España tiene algo que siempre atrae y llama a disfrutar de todo lo que tiene que ofrecer. Su espectacularidad paisajística y gastronómica, sus gentes, sus costumbres. Decidimos alcanzar en cuatro días algunos de los más bellos parajes de Cantabria, adentrándonos levemente en Asturias y evitando siempre al máximo las aburridas autopistas.

Octubre de 2007.
Aprovechando un largo puente de cuatro días preparamos un viaje que nos lleve en dos jornadas a Santillana del Mar, en la Comunidad Autónoma de Cantabria. Decidimos salir el miércoles por la tarde para aprovechar al máximo nuestro tiempo, sin saber que la primera jornada iba a ser, sin lugar a dudas, la más dura de todas.
Se retrasó la salida hasta las cinco y media de la tarde y nos llevó más de una hora alcanzar Guadalajara por la carretera Nacional II. En ese punto la abandonamos y nos dirigimos hacia Humanes, Cogolludo y allí dirección a Riaza. Nuestra idea inicial era continuar hacia San Esteban de Gormáz, El Burgo de Osma y juguetear, en la medida en que nos posibilitara el tiempo, por la Reserva Nacional de la Sierra de la Demanda hasta alcanzar Burgos, donde haríamos noche. No sabíamos de qué estábamos hablando, los mapas engañan y lo descubrimos de una manera agotadora. Nuestro calvario nos llevó de Cogolludo a Riaza.
Aproximadamente, a partir de Humanes ya estábamos deseando encontrarnos esas carreteras nacionales divertidas, esos paisajes más o menos interesantes y se nos notaba inquietos.

Con la moto cargada y la amenaza de la noche, aquellas miríadas de curvas dejaron de ser un disfrute en seguida para convertirse en un obstáculo (...)

Pocos kilómetros en el cuerpo y ansias por recorrer los venideros. Tomamos algo en Cogolludo y allí nos dimos cuenta de que el tiempo estaba al acecho, no quedaba demasiado de luz solar, así que nos apresuramos sin saber que desde ese punto todo iba a ser diferente.
Allí empezaba la Reserva Nacional de Caza de Sonsaz y continuaba el Parque Natural del Hayedo de Tejera Negra, lo que viene a significar que las carreteras son estrechas, sin marca de división central de calzada, (tan solo una línea intermitente a cada lado marcando el límite), cientos de curvas de primera velocidad y animales sueltos. Con la moto cargada y la amenaza de la noche, aquellas miríadas de curvas dejaron de ser un disfrute en seguida para convertirse en un obstáculo que nos separaba de nuestro destino. Un viaje en moto es para disfrutar del mismo, no para desplazarse de A a B pero en ese momento casi rezaba por alcanzarlo.


Izquierda. En algunos establecimientos aún se respira el siglo XVIII. Derecha. Los souvenirs burgaleses, compitiendo con los clásicos, se centran sobre todo en lo gastronómico, un sinfín de delicatessen inunda los escaparates y hay que hacer verdaderos esfuerzos para no llevarselo todo.






Notábamos cómo el sol se ponía y la noche se acercaba a un ritmo muy superior al paso de kilómetros que veíamos deslizarse por el marcador de Valentina, nuestra jamelga. Intentaba apretar un poquito en las rectas para conseguir un ritmo de marcha un poco mejor con el fin de salir de aquel infierno de curvas incómodas lo antes posible, pero era inútil. Después de cuarenta minutos de manteos habíamos recorrido unos quince kilómetros, aquello no iba a ser fácil. Hay que continuar, qué le vamos a hacer, dar la vuelta ya no es opción.



Hace más de una hora que salimos de aquel bar pero parecen tres: Estoy agotado y la vista se nota cansada de estar tan intensamente alerta. Antes de que cayera el sol del todo vimos un jabalí corriendo en paralelo a la carretera por la que viajábamos y más adelante un corzo por la cuneta de la misma, a un metro del centro por el que nos movíamos.

(...) ¿Manchas? ¡Frena! ¡¡frenaaa!! Un toro tumbado en el asfalto, otro más allá y un tercero al fondo de frente mirando una luz que se les clavaba en los ojos. (...) ¿Qué hacer?

Con la noche cerrada baja la velocidad porque la visión es, en puntos, nula. Un Parque Natural no tiene iluminación artificial alguna y sus animales campan a sus anchas. Tras salir de una esas curvas de primera vi algo raro en la calzada, manchas, ¿raro? ¿Manchas? ¡Frena! ¡¡frenaaa!! Un toro tumbado en el asfalto, otro más allá y un tercero al fondo de frente mirando una luz que se les clavaba en los ojos. Al menos hemos frenado a tiempo. ¿Qué hacer? No se les puede rodear, utilizar el claxon tampoco se antoja como una buena solución, apagar la luz imposible sin parar el motor, ya que estas motos ya las hacen sin interruptor y no voy a jugármela a pararlo. ¿No les dará por embestir? Bien, opté por un levísimo toque de claxon y poco a poco el animal se fue moviendo, el del fondo digo, el tumbado estaba tan a gusto. Aprovechando un despiste del que nos escrutaba pegué un acelerón y, esquivándolo, salimos de allí de najas.
En fin, volvemos al peligroso tedio de la carretera sin fin, “por Dios, ¡¡es que es eterna!!” Pero nada lo es y poco a poco alcanzamos unos pivotes que marcaban un kilometraje de descenso comenzando en diez. La cuenta atrás como si estuviera el Paraíso en el “1” se hizo larga pero llegó. Alcanzamos un asfalto diferente, unas rectas con ausencia total de tráfico (como desde hacía varias horas) y tocaba preguntar porque ni sabíamos dónde estábamos. Una pareja de paseantes nos indicó amablemente. “Hay dos caminos pero el mejor es este: tira por allí y te lleva a la carretera (N-I), pero ten mucho cuidado que los gamos la cruzan y hay muchos accidentes, ¡es una carretera muy peligrosa!”. Pues nada, ¡más gamos a mí!; Alcanzamos la carretera y directos a la primera gasolinera, besando la civilización que creímos nunca alcanzar. Los planes mirando al mapa a las once de una noche gélida cambiaron radicalmente. “Oye, yo creo que, como mucho, seguimos hasta Lerma y allí hacemos noche porque hasta Burgos no llego”. Así que de Riofrío a Lerma toca por autopista, que nuestro nivel de atención está bajo mínimos y el cansancio sobre máximos. Allí preguntamos por alojamiento hasta que un individuo nos hizo seguirle para llevarnos. Parecía Hakkinen por las callejuelas empedradas y oscuras de Lerma, ¡qué prisas! Pero la desconfianza se tornó agradecimiento cuando encontramos un hotel estupendo a precio asequible; a la cama sin cenar, que no tenemos ni fuerzas.
El jueves compensamos el ayuno anterior y al salir nos damos cuenta de que hemos perdido una de las piezas tope de plástico que absorben las vibraciones entre el depósito y el chasis. La red que asegura la sobre-depósito iba apoyada en ella. "Después de la carreterita de ayer, como para ponerse a buscarla". Para rematar me doy cuenta de que los pulpos que sujetan las alforjas han arañado la pintura del colín “¡Dios, qué rabia!” ¡Cómo fastidia dañar la moto a lo tonto!
Salimos hacia Burgos; el precioso día y la carretera nos hacen olvidar el agotamiento de anoche. Alcanzamos nuestro destino en muy poco tiempo; entramos por la Autovía de Castilla, pero la “Calle de Madrid” (por supuesto) nos lleva directos a la increíble catedral gótica, aparcamos a su lado, aseguramos el equipaje y recorremos la ciudad: la estatua de El Cid, (noble, poderosa, agresiva, marcial y honorable son algunos de los adjetivos que asaltan al contemplarla); el paseo arbolado a la orilla del río Arlanzón, las terracitas, los restaurantes, los escaparates gastronómicos, etc. Me encantan este tipo de ciudades, pequeñas, turísticas, universitarias y tranquilas. Me gustan porque parece que se ha detenido la vida allí, no hay tanto frenetismo de gran ciudad, la gente pasea en bicicleta, la cultura está a la orden del día y la gastronomía es uno de sus alicientes.

A medida que alcanzábamos la cima, la niebla se iba espesando, pero tras la breve parada en la cumbre y al retomar la carretera ¡aquéllo se volvió imposible!

Así que después de disfrutar paseando y comiendo como turistas que somos, un café nos pone en órbita para salir continuando nuestro camino. Aún queda y son las seis de tarde. Nos dirigimos a Santillana del Mar por la N-623 y pasaremos, entre otros, por el famoso Puerto del Escudo.


Punto más alto del Puerto del Escudo. La niebla se volvería aún más espesa al comenzar el descenso. La vista apenas alcanzaba los seis o siete metros.

Hasta allí son unos cien kilómetros de carretera nacional al más puro estilo. Subimos el puerto de Páramo de Masa y el de Carrales antes de alcanzar el del Escudo, a 1.011 metros de altitud y separando Castilla León de Cantabria.
A medida que alcanzábamos la cima, la niebla se iba espesando, pero tras la breve parada en la cumbre y al retomar la carretera ¡aquéllo se volvió imposible! No se veía ni la mano delante de la cara, un tupido manto blanco nos envolvía mientras descendíamos una carretera revirada y desconocida, al menos con poco tráfico, pero con bonitos guardarraíles asesinos en sus laterales.
Poco a poco la niebla fue desapareciendo y pudimos dejar de ir en primera y segunda porque la carretera también iba desplegándose. Las curvas fueron alargándose y el paisaje había cambiado radicalmente: verde que te quiero verde, casitas de montaña de piedra y madera, vacas, pastos, paisajes fríos y preciosos, entramos en Cantabria.
Echamos un par de ojeadas al mapa antes de llegar a Santillana, pueblo turístico donde los haya. Camping, callejuelas empedradas, su iglesia, sus comercios, merece la pena pasear sus calles. La noche era muy fría, pero tras ponernos cómodos y dejar las cosas salimos a conocer el que dicen que es uno de los pueblos más bonitos de España. Nos extrañó la ausencia de paseantes, de turistas, éramos cuatro gatos los que recorrían las calles y ni siquiera había demasiada oferta gastronómica. Imaginamos que sería por la hora, aunque no era tarde, así que tras echar un vistazo a la iglesia y a las dos calles principales, procedimos a probar el afamado Cocido Montañés: espectacular. El cuerpo queda recompuesto con ese guiso, realmente merece su fama.
Para poner punto y final a la jornada recorrimos las casas antiguas, medievales, palacetes, torreones, etc. La espectacular oferta artística de que está cargada Santillana del mar, donde los comercios más tradicionales se baten con restaurantes de diseño emplazados en casas de antigüedad secular.


A pocos metros de la entrada a la localidad de Comillas, un mirador nos muestra cómo se funden verde y azul y mar y cielo.

El nuevo día se abre en nuestro espectacular ventanal. Disfrutamos del desayuno junto con los autobuses de turistas que se agolpan en los bares del casco viejo y ponemos rumbo a la ciudad de Comillas. Nuestra intención es recorrer la costa hacia Llanes, disfrutando de sus incentivos, todo lo que el tiempo nos permita. Y ya saliendo de Santillana encontramos aquello que habíamos venido a buscar, esas divertidas carreteras de curvas, esos preciosos paisajes, esos increíbles pueblos. Llegamos a la playa de Comillas que se descubre tras una curva y se despliega ante nosotros el embriagador encanto de una localidad que tiene mucho que ofrecer.



Hay muchísima actividad, turistas, bañistas, muchas cosas que ver, calles que andar, tapitas que probar... así que nos ponemos a la cruel tarea de contemplar el Capricho de Gaudí, pasear y comer los platos de la zona entre otras cosas.
En la sobremesa seguimos asombrándonos con el entorno, hace un precioso día soleado y el frío va remitiendo. Volvemos a ponernos en marcha hacia San Vicente de la Barquera y su acogida es espectacular. Poco antes de llegar al larguísimo puente de veintiocho ojos, la carretera nos regala una sucesión de curvas en un entorno de colinas de un verde increíble, de las que no querrías que acabaran nunca. Atravesar el puente sobre la desembocadura del río de San Vicente es una sensación maravillosa, de paz, de contacto con la naturaleza, de libertad y tranquilidad. Paseamos a pie brevemente y no paramos de oír motores de motos cruzando el pueblo continuamente, y es que la zona lo reclama.




Arriba. Dos pilotos reciben instrucciones instantes antes de la salida. Se cronometran los tiempos y son empujados hasta la salida. Es preciso acelerar la moto constantemente para que no se cale.
Sobre estas líneas. Las motos se encabritaban al golpe de gas, su peso es mínimo y es vital la colocación del piloto sobre ellas en la salida para no perder el control.
Abajo. Auténticas bellezas con las que disfrutar cada año en Colombres. Dignas de estar en un museo pero aún con mucha guerra que dar.








De nuevo nos ponemos en marcha en dirección Llanes, pero en cierto punto nos desorientamos. Estamos en un pueblo cualquiera, seguimos durante un tramo unas motos hasta que nos desviamos y paramos para situarnos. Volvemos hacia donde fueron éstas, pasamos un puentecito y, de pronto, veo aparcada una moto clásica preciosa. Como vamos despacito decido parar para verla bien y he aquí la razón por la que no me gustan los GPS: estoy mirándola y veo un cartel de señalización que, en su momento no me dijo nada pero no le pasará desapercibido a muchos lectores. Ponía “COLOMBRES”. Más adelante unos pósters indicaban “COLOMBRES 2007 - XX REUNIÓN INTERNACIONAL” (de motos clásicas). Empezamos a movernos por allí y aquello era impresionante. Había una carrera previa a la concentración en la que los pilotos, bastante mayorcitos en general, eran empujados por alguien para poner en marcha las motos y ayudarles a comenzar la carrera. En la salida, esas monocilíndricas se encabritaban que daba gusto, y los pilotos se las veían y se las deseaban para encauzarlas y mantenerse sobre ellas. Se tomaban tiempos entre cada salida y se cubría todo de humo y olor a gasoil, se respiraba historia. Mucha afición, muchas fotos, mucha tradición y muchísimo encanto. Desconocía totalmente ese acontecimiento pero realmente me encantó y me parece buena idea empezar la tradición de asistir cada año.











(...) se cubría todo de humo y olor a gasoil, se respiraba historia.


El espectáculo que nosotros nos encontramos es esperado por muchos durante todo el año.



Tras la carrera permitían recorrer el “circuito”, carretera nacional cortada ad hoc, para alcanzar la zona de la concentración. Allí se reunían cientos de motos clásicas, algunas de la Segunda Guerra Mundial con los pilotos disfrazados al efecto. Había de todo, BMW´s, Guzzis, Harleys, Ducatis, Bultacos, Montesas, Ossas, BSA´s, Laverdas, Indians, Nortons, etc. Todas las marcas y todas las disciplinas. Mucha, muchísima gente se agolpaba para ver de cerca unas motos legendarias. Nosotros en cambio, ya que no íbamos a dormir allí sino que íbamos a continuar camino antes de volver a Santillana, tras una o dos horas volvimos a la carretera.



















Espectaculares piezas de colección. El estado de conservación general es exquisito y el nivel muy alto. El público asistente, de todas las edades, lo pasó en grande.
Bajo estas líneas, una bellísima BSA de los ´60., en un estado absolutamente impecable. Ojo al GPS de la Bultaco.











Había de todo, BMW´s, Guzzis, Harleys, Ducatis, Bultacos, Montesas, Ossas, BSA´s, Laverdas, Indians, Nortons, etc. Todas las marcas y todas las disciplinas.

Empezaba a caer el sol y seguíamos alejándonos de nuestro lugar de descanso. La diferencia entre las carreteras cántabras y asturianas es manifiesta. Al entrar en Asturias el firme es impecable, los carriles son bien anchos, las curvas se trazan perfectamente, los guardarraíles están protegidos y da gusto deslizarse por ellas, realmente magníficas. Nos dirigimos por la N-634 hacia el oeste en busca del Bufón de Santiuste. Explicación: cuando las olas baten estos acantilados, el agua se cuela por las grietas horadadas en la roca y la presión hace que la misma salga pulverizada verticalmente con mucha fuerza hacia el cielo. Estas simas están comunicadas entre sí y cuando los chorros son expulsados, producen un bufido sonoro, de ahí su nombre. Sin embargo, deben darse unas condiciones específicas de mareas para poder asistir a este espectáculo. Ya antes de comenzar el largo camino de tierra y baches que lleva hasta los acantilados, una mujer nos advirtió de que ese día no íbamos a poder oír esos bufidos, pero insistimos en acercarnos de cualquier manera para contemplar el entorno.
Era noche cerrada y gélida cuando comenzamos el camino de vuelta. Primero por el sendero de tierra y luego por las magníficas carreteras serpenteantes. Pero como ya teníamos ganas de llegar a casa aceptamos el camino más rápido de vuelta a casa por la A8.
El domingo estaba planeado dedicarlo íntegramente a la vuelta a casa pero no sabíamos que aún nos quedaban algunas preocupaciones.




La naturaleza se funde con lo urbanizado, así de literal funciona este dicho en Comillas y en esta casa, donde las enredaderas se comen la fachada. Arriba. Las fachadas, cuidadas con esmero, lucen una intensidad de color tal que parecen sacadas de unos dibujos animados.

Íbamos a parar en Burgos a comer, pero en algún lugar empecé a darme cuenta que era hora de echar gasolina. Vi pasar una gasolinera pero estaba en el lado izquierdo de la carretera, así que me dije “en la siguiente paro”. Pero los kilómetros pasaban y ni una triste gasolinera aparecía por el horizonte, habíamos superado los doscientos kilómetros hace rato con un depósito y lo normal es que estuviera agotado, pero ahí seguíamos. Hace bastante tiempo que vengo conduciendo como lo haría mi abuela, con una marcha bien alta y a poca velocidad para intentar consumir lo mínimo. Opté por compartir mi preocupación con mi acompañante, bajamos velocidad, subimos visera y “¡Oyeee!, ¡casi no nos queda gasolina! ¡Como no aparezca una en breve estamos aviaos!”, “¡Vale!”, A ver, ¿qué va a decir?, pues que sí, ¡que aparezca ya! Quien aparece de la nada es el tan temido cuarteto de rayas en el panel de mandos que indica que acaba de saltar la reserva, "¡ay Dios!". Aquí en medio de ninguna parte comienzan a desfilar las líneas, la primera fuera. Con tres cuartos de reserva llevas ya un rato preguntándote “¿cuántos kilómetros decía que aguantaba?”, “nunca me acuerdo de mirarlo”, “¿cuánto se recorrerá con cada línea?”, ¿aún se lleva lo del auto-stop?, segunda línea fuera, queda medio depósito. “¿Habrá que andar mucho hasta la gasolinera más cercana?”. Empieza a parpadear, “¿parará algún coche?, en las pelis paran, claro que en las pelis paran los asesinos destripadores, juer...”. Última línea y no aparece gasolinera alguna. “Bueno, allí al fondo veo un pueblo, a lo mejor hay suerte”, Doscientos treinta y tantos kilómetros aguanta ese último depósito, “debo haberlo llenado realmente hasta el tapón, menos mal”. Empieza a parpadear la última línea, “pues va a ser mi primera vez sin contar con que me dejó tirado al sacarla del concesionario en plena M-30 madrileña, en fin, la aventura es la aventura”.

Quien aparece de la nada es el tan temido cuarteto de rayas en el panel de mandos que indica que acaba de saltar la reserva, (...) Aquí en medio de ninguna parte (...)

Antes de quedarnos tirados en pleno campo prefiero detenerme con la última linea de la reserva parpadeando en un pueblecito que partía en dos la carretera. Preguntemos a un lugareño, “aquí como a doscientos metros tienes una gasolinera, pasas la colina y la ves”, “el Señor es mi Pastor, nada me falta, ¡madre mía! ¡Qué cerca ha estado!". Foto para el recuerdo y vamos hacia esa ansiada gasolinera. Las caras que portamos son un poema.
La carretera se ha llenado de coches, toca ir por el arcén o por el otro carril, malas opciones pero elijo la primera. Los coches parados a mi izquierda, a la altura de un camión aparece un caminito hacia la derecha, sigo de frente a treinta por hora y “¡¡huy!!”, el camión se había parado para dejar pasar un coche del sentido contrario que quería incorporarse al caminito pasando frente a nosotros. El camión nos tapaba la vista totalmente y la casualidad hace que nos falten centímetros para comernos el coche y acabar con el viaje. Gracias a Dios todo queda en un “casi” y alcanzamos esa gasolinera con doscientos cincuenta kilómetros hechos con un solo depósito. Más adelante mi novia me dijo al respecto del cuasi accidente “...y era culpa nuestra”. A Gloria bendita me saben esas palabras, habría entendido perfectamente aunque no me gustara que hubiera dicho “culpa tuya”, pero su solidaridad de equipo me reconfortó muy gratamente y nos prometimos muchos viajes juntos.
Ahí ya sí, volvimos a llenar el depósito hasta arriba y alcanzamos Burgos donde comimos tranquilamente y regresamos por la aburrida autopista hasta Madrid.

TEXTO Y FOTOS:
RODRIGO ÁLVAREZ JUEZ

Datos personales

Madrid, Madrid, Spain
rodrigoajuez@hotmail.com